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Enrique Morea, sinónimo de tenis argentino

Por Pablo Viola: @pviola14

A los 92 años falleció Enrique Morea, el mejor jugador a lo largo de dos décadas en la Argentina, quien paseó su figura por los destinos más tradicionales del circuito mundial y debió dejar de lado la actividad en su mejor nivel por cuestiones personales. Aun así, su historia no se detuvo una vez que culminó su carrera dentro de los courts. Desde su condición de dirigente abarcó todos los campos posibles en el deporte blanco. El reconocimiento por la tarea realizada le otorgará siempre un lugar de privilegio en el tenis argentino.

Fue dueño de una personalidad que lo llevó a cumplir una labor fantástica en épocas en las que el tenis representaba aquel deporte blanco que con la apertura total al profesionalismo quedó en el olvido. Años en los cuales no todos podían acceder a su práctica, pero muchos tenían en mente que para otorgarle un concepto igualitario, debían acceder a la posibilidad de practicarlo.

La historia de Enrique Morea se resume en pasión y voluntad para trascender aun cuando el talento de su hermano Luis lo postergaban en cuanto a ser la promesa a destacarse en este deporte, en una familia que tenía un precedente importante con su tío Carlos -campeón argentino en seis ocasiones-, y responsable de tener a maltraer a uno de los famosos “mosqueteros”, Jean Borotra, en noviembre de 1927, cuando recién perdiera en el quinto set en Buenos Aires.

Primeros pasos en el deporte

Por aquellos tiempos, durante los primeros pasos de Enrique Morea en el deporte, un profesional francés, Robert Ramillon, llegado al país durante la Segunda Guerra Mundial y contratado por el Tenis Club Argentino, descubrió la figura del argentino y se transformó en su mentor. Le llamó la atención su físico primero, para convertirlo luego en un emblema deportivo. El hombre de los desplazamientos lentos, pasó a demostrar el poder de sus golpes y una gran distinción en posiciones cercanas a la red.

“En el 41 el Tenis Club Argentino contrató a Ramillón. Era técnicamente superior al resto de los entrenadores y a él le debo todo. Lo seguí ciegamente. Me enseñó el revés, que se convirtió para mí en un golpe muy bueno y seguro, aunque el drive era mi mejor arma. Con él aprendí todo, a moverme en la cancha y también los fundamentos de un buen entrenamiento físico. Eso fue fundamental para mi físico de un metro 93 y 100 kilos”.

Ese entrenamiento físico potenció su tenis y le permitió alcanzar el nivel para competir en el exterior y obtener títulos y victorias ante jugadores de la talla de Jaroslav Drobny, Budge Patty, Tony Trabert, Vic Seixas, Robert Falkenburg, Garnard Mulloy y Art Larsen entre otros. Todos grandes campeones en el primer nivel internacional.

“Mi saque era muy fuerte. Fue un golpe muy importante en mi juego. Además voleaba bien pero como dominaba los golpes de base allí me sentía seguro. Aplicaba la frase ‘cuando una pelota pica en mitad de cancha hay que atacar’. Pero yo pegaba profundo y en Europa tenía que completarlo con defensa. Fue así como fui perfeccionando mi passing shot y otros complementos.”

Su alma tenística, incorporada al espíritu de progreso permanente, se fue potenciando a medida que pasaron los años, hasta llevarlo al cenit de su carrera, que llegaría con el tiempo, cuando comenzó la nueva década, de la mano de grandes actuaciones en singles, dobles y dobles mixtos, en una época romántica, en la que los mejores del mundo le otorgaban importancia a cada una de las competencias y participaban de las mismas.

Fuerza de voluntad, el camino del éxito

“Yo me entrené siempre, en todo momento. Algunos me decían que estaba loco. Sólo ahora comprenden la importancia que tiene un buen acondicionamiento físico. Siempre terminaba los partidos entero” señalaba Morea en una entrevista de época. Una declaración que en la actualidad no requiere el mínimo análisis, pero llevada a la década del 60 lo convertían en visionario, en un profesional actuando aun en el ámbito amateur en el que se jugaba el tenis oficial de la Federación Internacional (ITF).

Su primera experiencia internacional data de 1946, cuando tenía 19 años, ya con el título de campeón argentino. Pero desde los 22 años, una vez recibido de ingeniero agrónomo, pudo recorrer Europa y medirse con los mejores del mundo en el ámbito de la ITF. “El tenis me dio grandes satisfacciones. Grandes y significativos momentos de mi vida fueron dados por mi deporte y por el tuve la oportunidad de conocer el mundo”.

Su ascenso a nivel global no fue lo rápido que podía imaginarse. Reconocidos jugadores como Jaroslav Drobny lo superaron ampliamente en aquellos años a fines de la década del 40. Había muchos aspectos que mejorar, más allá de no dejar la rutina cada vez que regresaba a Buenos Aires.

En la Argentina fue casi imbatible y a pesar de no lograr trascender todavía su tenis en el exterior, mantuvo su invicto de manera inexorable en el ámbito local, dejando su huella en los torneos disputados y ante los mejores exponentes locales y sudamericanos.

Los ’50: la década de la madurez

“Mis mejores años fueron 1952, 53 y 54. En este último viví la mayor tristeza y la mayor alegría. Desde principios de año, 1954 se había transformado en la mejor temporada de toda mi carrera. Desde marzo estuve interviniendo en cuanto torneo se jugaba en Europa, ganándole a varias de las grandes figuras del momento y adquiriendo un estado notable, como nunca antes”.

“Lamentablemente, unos días antes de comenzar Wimbledon me llegó la noticia del fallecimiento de mi padre, dejé de lado mis planes y regresé al país” contaba Morea sobre su frustración por no poder participar en aquel año en la Catedral del Tenis, en la que para muchos pudo haber sido su oportunidad de acercarse a las etapas finales.

La revancha llegaría a fin de temporada, reunidos en el Buenos Aires Lawn Tennis Club para la disputa del Campeonato del Río de la Plata, en el que se dieron cita entre otros el propio checoslovaco, nacionalizado egipcio, Drobny, consagrado en dicha edición de Wimbledon y máxima estrella del evento.

Junto a él, reconocidas figuras de aquellos tiempos como los estadounidenses Larsen y Stewart, los italianos Pietrangeli, Gardini y Merlo y el chileno Ayala. Hasta esa cita Drobny tenía un récord muy favorable respecto de Morea en los enfrentamientos personales, pero ya en 1952, en Río de Janeiro, el argentino se había dado el gusto de vencerlo.

“Fue muy emocionante porque antes de iniciar el torneo, sentía la necesidad de ganarlo para ofrendárselo a mi padre, como reconocimiento a todo el apoyo recibido de su parte y a su memoria. Ese partido ante cinco mil espectadores fue para mí el más recordado, por el marco y el resultado final. Cuando le gané 6-0 el último set se acercó a la red a darme la mano. Sentí que no esperaba esa derrota y menos de esa manera”.

La evolución del deporte blanco

La figura de Morea, tan arraigada en la imagen del tenista que dominó la escena nacional por espacio de dos décadas, tuvo su continuidad a través de la faz dirigencial y más allá de las continuas polémicas de las que fue parte en los primeros tiempos de bonanza deportiva –tras el suceso generado por Guillermo Vilas-, el gran logro que se le reconoce es el de la ampliación de la base en la enseñanza del deporte y de ser el gestor en forma directa de la cantidad de jugadores que surgieron y que actualmente se desempeñan a nivel internacional.

Fueron dos períodos que impulsaron al tenis y en el que se descubrieron figuras que de no haber sido por el trabajo de la AAT, muy probablemente hubieran quedado en el camino. José Luis Clerc en el primero de los segmentos mencionados y Guillermo Coria y David Nalbandián en el segundo, con un claro vacío intermedio que llevó a la casi extinción de jugadores dentro de los 100 mejores del ranking de la ATP.

Clerc, vencedor de la Copa Galea en 1977 junto a Alejandro Gattiker y Fernando Dalla Fontana, se unió a la primera versión de la Escuela Nacional de la AAT, dirigida por Alejandro Echagüe y Patricio Rodríguez, este último, quien fuera a la postre su entrenador a nivel profesional y con el que obtuvo una porción importante de los 25 torneos ganados entre 1978 y 1983.

El renacer de este proyecto se dio a partir de su regreso al cargo de Presidente de la Asociación Argentina de Tenis, con Coria y Nalbandián como impactos más importantes entre los profesionales, pero acompañados por María Emilia Salerni -N°1 del Mundo junior de la ITF- y Clarisa Fernández, a posteriori semifinalista de Roland Garros del año 2002.

Junto a este emprendimiento a nivel local, que tan buenos resultados otorgó, se le suman cargos y distinciones como los de: Vicepresidente de la Federación Internacional de Tenis (ITF), árbitro general en tres finales de Copa Davis y socio honorario del All England Lawn Tennis Club, todos hechos que en definitiva complementan los logros de un hombre vinculado al tenis argentino y que sin dudas dejó su sello en la historia del deporte nacional.

FOTOS: Archivo TM

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