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Una nueva oportunidad

No permanecer caído, de Federico Gallardo, cuenta la historia de Espartanos, el proyecto de inclusión social que, a través del rugby, les cambió la vida a muchas personas privadas de su libertad

 

 

“Si nos acercamos a una cárcel vamos a encontrarnos con un muro de hormigón, pero hay otro, mucho más fuerte y pesado que es el ideológico, construido con prejuicios”, así se presenta “No permanecer caído. La historia de los Espartanos”, el libro que escribió Federico Gallardo sobre el equipo de rugby de la Unidad Nº 48 del Complejo Penitenciario de San Martín, Provincia de Buenos Aires, y que se propone derribar este muro.

 

Nacido en 1988 en la provincia de Buenos Aires, Federico es licenciado en Comunicación Social y estaba estudiando en Madrid, España, cuando escuchó por primera vez sobre la existencia de Espartanos. Su padre y un amigo suyo le mandaron una foto en la que estaban rezando dentro de la cárcel. Enseguida se prometió a sí mismo que cuando volviera a Buenos Aires iba a ir a visitarlos él también. Y un día volvió, pero dar ese primer paso le costó un tiempo. Estaba asustado, como cualquier persona que escucha en los medios de comunicación que la cárcel es un infierno. Y lo comprobó.

 

A principios de 2015 Federico empezó como voluntario y pronto se convirtió en uno de los 12 fundadores de Espartanos. Su primer aporte fue sumar su granito de arena en el área de la comunicación: armó las redes sociales y la página web, y a medida que iba transmitiendo las historias y difundiendo las noticias, se fue involucrando cada vez más.

 

“Este año surgió la idea de hacer el libro y la realidad es que me sirvió mucho estar tanto tiempo adentro, en las entrañas del proyecto, porque generé mucha confianza con los chicos, que se animaron a contar muchas cosas”, explica. Si bien el hecho de pertenecer a la fundación le abrió las puertas más fácilmente, Federico asegura que muchos de los internos querían participar del libro porque su historia los enorgullece. No la historia de su infancia y su dolor, sino su historia de cambio. Les gusta sentirse Espartanos. La idea del libro surgió de uno de los colaboradores del proyecto, Jorge Mendizábal. Federico aceptó el reto y junto a la editora realizaron las 15 entrevistas a los miembros de Espartanos. “La verdad es que fueron increíbles porque hay muchas cosas que uno no sabe de ellos y que cuando se genera ese ambiente de intimidad a partir de las preguntas de cómo fue su infancia y qué recuerdos tenían y demás, lo que hacen es mirar para atrás”, revela.

 

El autor agrega que el factor de la edad fue muy importante para crear el vínculo, ya que él tiene 29 años y la mayoría de los internos tiene entre 25 y 30. Cuando entendió que ellos simplemente no tuvieron la misma suerte de acceder a una educación digna, una vivienda digna o tener una familia digna, supo que no los podía juzgar. Que necesitaban ayuda y que él tenía la responsabilidad de dar.

 

Todos los relatos tienen sus condimentos. Dependerá del perfil del lector y de lo que le haya pasado en su vida sentirse identificado con uno u otro. Todos tienen distintas aristas. Está el testimonio del “Colo” Matías, que impacta por todo lo que sufrió de chiquito, callejeando a los 5 o 6 años, revolviendo basura para poder comer. Está el “Chino”, que tiene una historia de perdón con su padre muy grande. “Pupi”, el “Piojo”, el “Enano” Santi y el “Lobo”, entre otros protagonistas de distintos mundos por descubrir con la ayuda del glosario tumbero que incluye la obra.

 

Historias fuertes pero reales, que tienen algo en común: la intención y la fuerza para no permanecer caído; levantarse y seguir adelante. El título del libro viene de una frase que les dijo nada menos que el Papa Francisco. En octubre de 2015, 20 voluntarios y 10 Espartanos -ya en libertad- viajaron a Roma para conocerlo. El Papa los recibió en el living de su casa durante una hora y media, y allí les dijo esa frase que ya había anticipado en un video que les envió y que a más de uno le quedaría dando vueltas en la cabeza: “En el arte de ascender, lo que importa no es no caer, sino no permanecer caído”. Según Federico, esta idea refleja bastante bien el espíritu espartano: “A pesar de las caídas que uno tiene, a pesar de los golpes que recibe en la vida, si te quedás tirado en el piso probablemente te sigan pisoteando”, explica, al tiempo que la relaciona con el rugby por la naturaleza de esa disciplina.

 

El prólogo fue escrito por Eduardo Oderigo, fundador de Espartanos. En esas líneas, “Coco” cuenta que su motivación fue entender los motivos que alejaban a las personas entre sí, y que un día decidió darle forma a esa inquietud. Así conoció el mundo de la cárcel, y pasó de juzgar a jugar. De la mano del rugby, son muchos los valores que fueron cobrando vida: la pluralidad -reflejada en la heterogeneidad de sus miembros-, la integración, el espíritu de equipo y el sentido de pertenencia, que fue el motor del cambio interno de cada uno.

 

La descripción que hace el autor tanto del penal como de los internos es tan detallada que permite imaginarlos: “Una cárcel superpoblada, descuidada y llena de basura. Asfixiante (…) El color que predomina es el gris que varía según el clima: claro si hay sol, oscuro si llueve”. Y entre el sonido de la cumbia aparecen ellos, los presos, a quienes define como apagados, con caras de tristeza y sin hacer absolutamente nada con su tiempo. Así los encontró Oderigo cuando empezó a soñar este proyecto, que comenzó en marzo de 2009. Y desde ese momento, todos los martes a las 9:30 de la mañana se juega al rugby en la Unidad N° 48 de San Martín.

 

Bajo la premisa de que el deporte es capaz de cambiar la mentalidad, Federico explica que muchos presos tienen la autoestima destruida y que, jugando al rugby, sienten que si pueden tacklear pueden hacer un montón de cosas. Empiezan a sentir que son parte de un equipo, que tienen un rol importante, que los aplauden afuera de la cancha. “Hay un montón de sensaciones que creo que solo el rugby las puede dar. En el fútbol se malacostumbró a decirle cualquier cosa al árbitro y en el rugby, si respeto al árbitro dentro de la cancha también tengo que respetar al guardia que me abre la puerta todos los días. Se va trasladando afuera de la cancha”. Así, al salir en libertad muchos de ellos consiguieron trabajo y aún lo conservan, y eso va generando esperanzas porque son cambios de vida tangibles. Quienes siguen adentro también aspiran a un trabajo digno para mantener a su familia -con la que se sienten en deuda por su ausencia- y algunos hasta sueñan con ser dueños de una empresa para poder darle trabajo a otros Espartanos.

 

Desde el inicio, pasaron por el proyecto más de 600 Espartanos. Hoy se juega en 34 penales del país, incluso rugby femenino. Pero si hay una estadística que llama la atención es que en las cárceles de la provincia de Buenos Aires el porcentaje de reincidencia delictiva es mayor al 60 por ciento, y entre los Espartanos, éste baja a menos del 5 por ciento. El valor del libro es de 400 pesos y todo lo recaudado se destina a la Fundación Espartanos para poder seguir ampliando el programa.

 

Más información:

www.fundacionespartanos.org

www.gallardof.com

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