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Vail y Breckenridge: las vacaciones soñadas

En las Montañas Rocosas de Colorado, Estados Unidos, los centros de esquí de Vail y Breckenridge son un paraíso para los apasionados por la nieve y la diversión, así como por el confort y la sofisticación. Un viaje mágico donde el verano se convierte en inverno.

Por Belén Sainz-Trápaga

Es lunes a la mañana, el cielo está cubierto y por la ventanilla del avión se ve la nieve caer. Hace cinco días que no nieva en Colorado y la gente sonríe como los granjeros al ver la primera gota de lluvia después de una sequía. Eso quiere decir que las pistas dejarán de estar pisadas y resbalosas para volverse esponjosas, especiales para esquiar. En el aeropuerto de Denver, un cartel casi cinematográfico da la bienvenida con la frase “Ayudando a los superhéroes a volar” sobre una foto donde están disfrazados como personajes de comic las figuras del equipo estadounidense para los Juegos Olímpicos de Invierno. Y es que las Montañas Rocosas de Colorado son las que los atletas del equipo nacional eligen para entrenarse. No solo en la pretemporada, sino también para los campeonatos mundiales de esquí alpino. 

Vail es uno de los complejos turísticos de esquí más grandes del mundo. Y por la belleza natural de sus alrededores, es un destino extraordinario para las vacaciones de invierno. El viaje desde Denver es de 207 kilómetros. Hay varios pueblitos como Lionshead y Vail Village. Todos quedan muy cerca uno del otro y son igual de pintorescos. Desde todos lados pueden verse las montañas blancas, zonas de pinos verdes y otros cubiertos de nieve. Hay faroles encendidos y lucecitas colgantes por todas partes como si se hubieran olvidado de sacar la decoración navideña. La prolijidad encantadora de sus callecitas de adoquines invita a caminar y el silencio hace que se respire un aire de calma y serenidad. Es un destino para quienes buscan -y están dispuestos a pagar- un servicio de primera clase, lujo, excelencia y sofisticación.

Pocos centros pueden jactarse de tener un promedio anual de 900 cm de nieve y 300 días de sol, como tiene Vail, pero eso es apenas parte de su magia. Fundado en 1962, tiene más de 2.100 hectáreas de terreno esquiable entre sus 195 pistas, tres Terrain Parks y sus siete legendarios Back Bowls esas zonas de la montaña donde no da el sol y por eso no hay árboles-, que suman 11 kilómetros de increíbles paisajes blancos. Para llegar a las zonas más elevadas como la cumbre, que está a 3.527 metros, hay aerosillas muy modernas donde pueden subir hasta seis personas, toda la familia completa. Y descubrir la zona bautizada como Blue Sky Basin es una experiencia de backcountry como ninguna, especial para los expertos que buscan alejarse dentro de la montaña, en un terreno amplio casi como fuera de pista.

A pocos metros de la Eagle Bahn Gondola, en una ubicación privilegiada en la base de Lionshead, está The Ritz Carlton Residences. Es un complejo del tipo residencial privado, ideal para alojar familias o grupos de amigos. Los condominios tienen varios dormitorios, living-comedor con balcón, un cálido hogar a leña, cocina súper equipada y hasta sala de lavarropas. Son muy espaciosos y están ambientados al estilo de las típicas casas de montaña alpinas, con madera oscura, cuadros y alfombras grandes, una decoración clásica pero elegante y todas las comodidades de lujo. Entre los servicios más prácticos está el valet de esquí y el transporte en chárter desde y hacia el hotel durante todo el día. En la confitería del lobby está Rocío, una estudiante veinteañera de Comodoro Rivadavia que está haciendo su experiencia de work and travel en el hotel. Acostumbrada a las temperaturas bajo cero chubutenses, imaginaba que no iba a sufrir el frío del hemisferio norte. Sin embargo, cuenta que le está costando bastante salir por estos días.

Como sorpresa, en el rental donde se miden los equipos encontramos a seis argentinos más, que están trabajando en Vail durante este invierno. Algunos por primera vez, otros vienen cada año. Son de distintas zonas del país y coinciden en que también los turistas que llegan de Argentina son cada vez más. La ventaja es que si hay algo que incomoda en el casco o en la bota, las chances de entendernos son mejores compartiendo el mismo idioma. En el local también hay un perro. Otra característica de Vail: en todos lados hay argentinos y perros. Hay hoteles pet friendly y restaurantes pet friendly. Listos los esquíes y bastones pero antes de partir conviene llevar unas gafas y guantes de nieve, que son tan fundamentales como la camiseta térmica, las medias térmicas, el gorro de lana y el protector solar. Ahora sí, todo listo.

El cansancio después del viaje largo y la diferencia de cuatro horas se empieza a sentir, así que para el primer día nada como relajarse con unos buenos masajes de bienvenida. En el RockResorts Spa del Arrabelle, que este año cumplió su primera década, hay todo tipo de tratamientos de belleza. Está ambientado con una estética muy elegante, lámparas imponentes, techos majestuosos, puertas con arabescos y vista panorámica a las montañas. Tiene un vestuario de ensueño en tonos pastel con una piscina climatizada cuadrada. Devin habla muy bajito para explicar en qué se diferencian las cuatro esencias que da a elegir para el aceite de los masajes. La sesión dura casi una hora y es una experiencia multisensorial de lo más recomendable.

Las siete de la tarde en Vail es la hora de la cena y las dos villas tienen abundantes opciones de gastronomía, tanto gourmet como informal. Para unas ricas pastas hay que ir a La Bottega, un salón muy acogedor con techos bajos, poca luz y cuadros de los Rolling Stones, especializado en cocina del norte de Italia. Es temprano y está lleno, por lo que conviene reservar la mesa. El plato sugerido es la carbonara o los ravioles de langosta y hay buenos vinos en la carta. Mientras el sonido ambiente y los aromas generan calidez, por la ventana se ve la nieve caer y se acumularse alta en las mesas y sillas de afuera.

Con la energía recargada, el plan es esquiar mañana y tarde. En la entrada a la Eagle Bahn Gondola se acercan dos hombres vestidos de azul. Son nuestros instructores por el día. Uno va con las principiantes y el otro con las intermedias hacia pistas con distintos niveles de dificultad. Desde abajo vemos todos los recorridos en forma de S que van dejando los que bajan, algunos más cerrados, otros más abiertos. Hace -20º, nieva, el cielo está gris y apenas se ven las montañas por la niebla. Pero con un buen abrigo, un cuellito que cubra las orejas y la pera, y los geles térmicos en los bolsillos se aguanta bien. La nieve está blandita, perfecta para esquiar. Walt, uno de los instructores de esquí -aunque su puerta de entrada a la nieve fue por el snowboard-, me cuenta que conoce Argentina y que estuvo esquiando en Cerro Castor, por eso habla un poquito de español. Tiene la barba rubia y toda la paciencia y amabilidad del mundo. Le pregunto sobre el Burton US Open, que se realiza en Vail todos los años en marzo. “Es una de las competencias de snowboard más grandes del mundo. Se siente distinta este año porque, al caer tan cerca de las Olimpíadas, muchos no se presentaron por miedo a lesionarse. Entre los atletas más reconocidos que vienen está Shaun White, John Jackson y muchos chicos jóvenes. Generalmente dura cuatro días, hay una clasificación y después compiten por el título en Slopestyle y Halfpipe”, explica. Los carteles del evento están por todos lados. Ponen mega pantallas, hay conciertos gratuitos cada noche y los mejores atletas del mundo compiten en el parque Golden Peak Terrain Park.

Las figuras del esquí alpino también vienen a Vail. Walt confirma que Mikaela Shiffrin (criada aquí) y Lindsey Vonn (que tiene una casa aquí) suelen elegir el centro para sus entrenamientos. Lindsey hasta tiene una pista con su nombre. “Están en distintos puntos de sus carreras. Lindsey ha sido la estrella y Mikaela es la estrella en ascenso. Y compiten en distintas disciplinas. Mikaela corre más en slalom”, señala.Y si es el lugar elegido por los expertos, por algo debe ser. Las razones, según Walt, son varias: “Creo que Vail tiene mucha variedad. Su terreno es especial para familias con distintas habilidades. Pueden ir a pistas diferentes y encontrarse en la misma aerosilla. Hay mucho territorio, con los siete Back Bowls, incluso con la cantidad de gente que viene a Vail, siempre tenés espacio”, asegura.

Al mediodía hacemos un corte para almorzar en Bistro Fourteen, el restaurante de Eagle’s Nest. Los instructores comparten la mesa y cada grupo le cuenta al otro como le fue. La gente sigue a través de las pantallas todo lo que pasa en PyeongChang con la misma intensidad con la que los argentinos miran los partidos de futbol en un bar. Es que el Team USA tiene muchos representantes de Vail. La comida llega justo al tiempo que pasan a Curling y todo vuelve a la normalidad.

De regreso al hotel, vale la pena ponernos el traje de baño para salir, aunque haga frío, a probar la pileta climatizada. Al igual que la de agua fría, está ubicada en el patio, frente a la montaña blanca. Un escenario increíble para relajarse después de tanto ejercicio. Alrededor, la nieve se acumula en las reposeras del solárium, en las mesas y hasta en las plantas.  

Para tomar unos tragos bien originales hay que ir al Remedy Bar, que está dentro del Four Seasons de Vail. Su carta es muy divertida ya que está dividida en elixires, pociones y brebajes, lo que le da un giro a los tragos clásicos. Elegimos una poción para fortalecer y revivir el espíritu: tiene vodka, limón y arándanos, entre otras cosas. Hay días de la semana en que tocan bandas de jazz en vivo, sin embargo hoy, todas las miradas siguen las pantallas porque está corriendo Lindsey Vonn en Descenso Femenino. Lindsey es muy querida en Vail y recientemente tuvo que reponerse de una cirugía para volver a competir. La gente en el bar festeja su medalla de bronce, que al día siguiente estaría en la tapa de los diarios. Para un poco de tranquilidad, el balcón tiene unas mesas redondas encendidas que son como la versión top de un fogón para calentarse las manos y una vista a la piscina iluminada que es simplemente imperdible. Escaleras de por medio llegamos a Flame, la parrilla del hotel. Conocida por sus especialidades en carnes con todo tipo de guarniciones y salsas para acompañar. Y como sorpresa, también hay un mozo argentino, esta vez de San Fernando. El aclamado chef ejecutivo Marcus Stewart nos invita a una especie de tour para conocer la cocina por dentro. Es enorme y muy ordenada, y él explica cómo está organizada. Lo que más nos cautiva es la presentación del chocolate caliente, al que decoran tapando la taza con una flor de chocolate duro y un malvavisco arriba. La idea es que, al llenarla, todo eso se derrita y caiga en ritual que huele delicioso.

Amanece despejado con el cielo azul. Qué distinto se ve todo a la luz del sol. El paisaje se distingue a lo lejos y la nieve brilla que encandila. Con el único ruido de nuestras pisadas hundiéndose caminamos nuevamente a la Eagle Bahn Gondola pero esta vez para ir al Snowpark, que es grande como un estadio de fútbol. Subimos a la Forest Flyer Coaster, una especie de montaña rusa en trineo, al que se puede subir de a uno o de a dos. La velocidad es regulable según la valentía -o falta de ella- aunque animarse a subir ya es un gran paso. Entre subidas y bajadas, el paseo da vueltas por sitios que de otra forma nos sería imposible conocer. Es casi como sobrevolar los filos de la montaña, un entretenimiento no apto para miedosos pero increíble para los amantes de la adrenalina. Y como esto es un parque de diversiones, también probamos el snowtubing del Adventure Ridge. Estas enormes donas son para uso individual aunque es posible tirarse por la pendiente en grupos de hasta cuatro personas, cada una en su asiento. Claro que el peso provoca una mayor velocidad. Subimos por un túnel transparente con una cinta transportadora. En la cima hay música mezclada con gritos de los que bajan. Un chico del staff pregunta si me empuja girándome o no. Nuevamente, esto es según el nivel de audacia de cada uno. No es nada peligroso, solo hay que agarrarse fuerte durante el descenso.

Antes de despedirnos caminamos por Vail Village para explorarla y comprar algunos souvenirs. Sus veredas tienen esculturas de todo tipo. Osos, renos, alces, y otras de arte abstracto que se mueven con el viento y forman parte de una colección de arte público. Las construcciones tienen mucha madera a la vista o piedra y canteros llenos de flores. Algunos techos en punta tienen su veleta de los vientos con distintos animales en la punta. Las calles están calefaccionadas por debajo para mantenerse secas y evitar accidentes. En Vail Square, la plaza principal, hay una pista de patinaje sobre hielo. También hay puentes techados para cruzar los arroyos y carritos para dejar los esquís como los que hay para las bicicletas. Las vidrieras exhiben desde juguetes de madera hasta almohadones bordados con esquiadores, pasando por platería, botas y memorabilia para llevar de recuerdo: cajitas talladas, ornamentos para el árbol de navidad, gorros de piel, especias locales y carteles con frases cómicas con tinte de cowboys.

Breckenridge, la experiencia de tu vida

“Me encanta Breckenridge porque es Narnia”, escribe con tiza una nena en una pizarra de la ciudad, en referencia a ese universo mágico creado por el escritor C. S. Lewis que fue hechizado por la Bruja Blanca para que siempre sea invierno. De Vail a Breckenridge son aproximadamente 50 minutos en auto. Y, desde Denver, 166 kilómetros. A diferencia del lujo y sofisticación de Vail, a Breckenridge es donde te irías de viaje con amigos solteros a los 25. Es un poco más informal, relajado y divertido. El pueblo tiene un encanto histórico porque perduran algunas casas y edificios victorianos restaurados del pasado minero de oro de Breckenridge. Es el casco histórico más grande de Colorado y su espíritu es acogedor. Hay más de 200 restaurantes y pubs muy pintorescos, que le dan esa vida nocturna que otros centros aledaños no tienen. Además, bordeando Main Street tiene boutiques lindísimas pintadas de colores y decoradas por fuera con luces en sus balcones y escaleras.

Este centro de esquí es el más popular del hemisferio oeste. Con un promedio de nieve anual de más de 900 centímetros, “Breck” (como le dicen acá) es el sueño de todos los esquiadores. La cumbre tiene nada menos que 3.962 metros de elevación y para llegar a ella crearon la aerosilla más alta de Norteamérica, “The Imperial Express”. En sus 1.776 hectáreas esquiables tiene 187 pistas, cuatro Terrain Parks, 11 bowls, un Superpipe de 22 pies y un parque de juegos de invierno. La montaña tiene cinco picos. El pico 10 tiene pistas empinadas y montículos de nieve bien desafiantes. El pico 9, en cambio, es el mejor para principiantes, por sus caminos bien abiertos. En el corazón del complejo, el pico 8 está repleto de pistas para todos los niveles. En el pico 7 hay pistas azules para intermedios, mientras que en el Pico 6 hay una vista panorámica alucinante para quienes buscan una experiencia por encima de los árboles. Dicen que las condiciones de nieve más óptimas se dan en febrero, tras la celebración en la que la comunidad de Breck le rinde tributo a Ullr, el dios vikingo de la nieve, con un desfile que se hace unos días antes del campeonato anual de esculturas de nieve, otro atractivo evento del lugar.

Si bien hay varios hoteles, la onda acá es alquilar un chalet o una casa de montaña en un barrio residencial, para sentirnos como en el propio hogar. La nuestra se llama Hawk’s Hideaway, tiene tres pisos, seis dormitorios y todo lo necesario para una escapada. Su decoración es rústica pero a la vez prolija y moderna. Los espacios son extremadamente amplios, tiene un living con hogar a leña abajo y otro arriba, una cocina exuberante y hasta ascensor y bodega. En el jardín, las sillas están hechas íntegramente con esquíes y hay un jacuzzi, además de varias terrazas. Pero por sobre todo, lo que más impacta es su gran ventanal con una impactante vista de frente a la nevada Baldy Mountain. Algunos de estos alojamientos del tipo lodge incluso tienen acceso directo a las pistas de esquí.

En la base del Pico 8 conocemos a los instructores de la Escuela de esquí y snowboard de Breck. Carolina es oriunda de San Martín de los Andes, de la Patagonia argentina. Vino a Colorado un invierno sin saber que se quedaría a vivir indefinidamente. Acá conoció al que hoy es nuestro segundo instructor, el australiano Lee, su pareja desde hace 15 años. A medida que nos ve avanzar, Carolina nos lleva de una pista principiante hasta una intermedia, más larga y mucho más entretenida, con pinos como obstáculos y más espacio para practicar los giros. Es divertido tener de guía a una argentina porque le da ese toque informal que a los norteamericanos, tan respetuosos, un poco les cuesta. Almorzamos en el T-Bar con ellos. En este refugio hay una atmósfera vibrante, llena de gente joven tomando un trago en cualquier momento. Nos invitan a probar el Oxygen bar. Y es que estamos a casi 4.000 metros de altura y al subir tan de golpe inevitablemente nos sentimos algo raros.

El centro de esquí cierra temprano y el atardecer se convierte en un buen momento para recorrer el pueblo de Breckenridge, con sus banquitos también hechos de esquíes y tablas, y pinos iluminados muy de cuento. Hay una docena de fábricas de cerveza artesanal y destilerías de whisky. Entramos a Breckenridge Distillery, que tiene un bourbon premiado, y además de un restaurante tiene una tienda con todos los productos derivados del whisky que preparan allí. El dueño del lugar es fanático del director de cine Wes Anderson y tiene pósters de sus películas colgando de las paredes. Hay una buena carta de tragos, por supuesto, con el whisky de la casa. Y todos con un toque distintivo, como una ramita de romero, que además de decorar le da su aroma. Es la última noche. Sigue nevando afuera y adentro brindamos con la promesa de volver. Porque como dice la frase del pueblo “las montañas me están llamando y debo ir”.

Texto: Belén Sainz Trápaga

Fotos: Vail Resorts

Nota publicada en la revista SKI Mundial #44

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